martes, 20 de julio de 2010

lealtad

Hoy empecé a leer un libro de cuentos. El libro, como objeto, es pequeño y maleable. Yo lo doblo para no tener que sostener el libro abierto. Durante el atardecer, yo estaba caminando hacía una librería y el libro lo cargaba en un bolsillo exterior. Para evitar malentendidos, los de seguridad te piden que dejes cualquier libro en un cajón numerado antes de entrar a la librería. Yo quiero evitar la molestia de perder el tiempo, así que metí el libro en un bolsillo interior de mi chamarra. Está parte de en medio es paja, llegué a la librería, tenían libros, shalalá (como dicen los jóvenes). Voy caminando de regreso por la plaza, voy mirando el piso; no por melancólico, por distraído. En algún momento me doy cuenta de que hay unos colores bonitos sobre el asfalto (bueno, no es asfalto, es piedra; bueno, el piso) y en el siguiente momento me doy cuenta de que es el separador que debía estar en mi libro de cuentos. Aunque pisado, no estaba roto. Durante la acción de agacharme, tomarlo con mis dedos de la mano derecha, levantarme, deduje lo que había pasado: de tanto doblar mi libro, cuando hice la mudanza de bolsillos, el separados se salió con facilidad. Le agradezco que me haya esperado.

3 comentarios:

5inister dijo...

Tu separador fue un perro en otra vida.

Nigel salutes in silence dijo...

El comentario de 5inister es inmejorable. Me callo.

Lady Stardust dijo...

Antes no se deshizo en tus manos tras esperarte, como el perro de Ulises.

 
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