viernes, 28 de octubre de 2011
lunes, 17 de octubre de 2011
la revista que ya no es, pt. II
Pienso en Dean Moriarty. Desde esta banca me imagino las posibilidades de escritores que cruzaron el parque hace cuarenta o cincuenta años. Antes que nadie me imagino a Kerouac, fumando y con un libro en la bolsa de su chamarra. Está recargado bajo los arcos, termina su cigarro y camina hacia el otro punto que puedo estar seguro existía en los sesentas: la iglesa. No mira el piso que mi mente trata de adivinar sino hacia arriba y piensa que el cielo en México parece estar más lejos que en cualquier otro lugar. Se sienta en la entrada de la parroquia y prende otro cigarro. Lo dejo de ver porque ahora se acerca una figura aún más indefinida: qué pensamientos tengo ahora de ti, Allen Ginsberg. Mi imaginación no se decide con cuál Ginsberg jugar y por ello está continuamente cambiando entre el imberbe jóven confundido, el barrigón barbón y el sonriente viejo que hace yoga. Por suerte los tres usan los mismos lentes negros que parecen flotar mientrar detrás de ellos aparecen y renacen tres cuerpos diferentes. Entonces los lentes aéreos cruzan la plaza y se instalan junto a Kerouac, le agradecen pero niegan un cigarro y se clavan en el inalcanzable cielo sobre San Juan Bautista. W. Burroughs también vino a México, tal vez a Coyoacán, pero mi imaginación no podía con él: sin suficiente información temía caer en la ficción total. El Coyoacán imaginario de los cincuentas se quebró y todo comenzó a imitar una presa rota que comienza a inundar un valle. Cortázar visitó México, pensé, tal vez amigos lo trajeron a conocer la plaza. De inmediato vi al mayor de los cronopios feliz de estar bajo la sobra del kiosko, complacido, fumando, sin ganas de que mi imaginación lo metiera en una situación compleja. Y aquí noté que el humo que exhumía Julio era un humo que dibujaba o revelaba una serie de figuras que jugaban a destiempo en el aire y tuve que reconocer que las aguas ya habían tapado el valle con toda suerte de anacronismos y aventuras. En una banca opuesta a la mía Lowry y Lawrence, que viviéron y escribiéron sobre México, sentados, brazos cruzados, piernas extendidas y sin abrir la boca. Los vecinos, separados más por tiempo que por cuadras, Tablada y Elizondo, se bajaban de un micro. Cuando vi a la insondable Gabriela Mistral sentada en un café que nunca existió entré en pánico, pensando que las aguas llegaban a lo ridículo. Me tranquilicé cuando entendí que todos, en persona o en libro, han estado en Coyoacán. Pienso en Dean Moriarty.
Casi siempre mandaba los textos sin título. El título del texto que acaban de leer se me ocurrió cuando el editor de la revista me llamó para decirme que sí lo iban a publicar. Me parece un título bastante vago, pero que funciona. En la publicación pusieron mi título en letras negras y pequeñas y debajo de ellas escribieron: KEROUAC, GINSBERG, CORTÁZAR... EN COYOACÁN. Poco sutil. También tuvieron la idea de poner diminutas fotos de los autores junto a sus nombres. Pusieron una foto de Dean Moriarty, la cual me parece que es de una película. También, después de Lowry y Lawrence, pusieron una foto de una mujer y un señor con lentes y barba estilo Lincon, no sé de qué sea. No me pareció tan mala idea lo de las fotos, la ejecución no fue la mejor. Siempre pensé que algo interesante hubiera resultado de sentarme a hablar con la diseñadora gráfica de la revista sobre cómo presentar el texto (por lo menos cierta coherencia entre contenido y diseño) pero ni lo sugerí y ni hubiera habído tiempo.
jueves, 25 de agosto de 2011
la revista que ya no es
Vivir esa vida
Me gusta este verano frío, de nubes y lluvia. El cielo gris me ayuda a imaginar que me encuentro en una película de Godard (una imagincaión muy débil la mía, que necesita ayuda). Claro que, esto de Godard no se lo digo a nadie. Escrito no está tan mal, pero en voz alta sonaría muy falso.
No soy de personalidad obscura. El sol me agrada, ilumina. El problema es el calor, el calor ataranta. Hace que sudes los calcetines, que te enojes con facilidad, que camines buscando sombras. Ahora el cielo está en blanco y negro, oportuno para recorrer las calles. Justifica el uso de un sombrero y permite vestirme de traje completo; fumaría, pero los cigarros hacen que me quede sin aliento.
Falta lo más importante, falta Anna Karina. No tengo la imaginación para crearla, por eso la busco. Pronto aprendí que en Coyoacán no abundan las danesas con look parisino. Pensarán que soy malinchista pero se equivocan, lo que busco es un agenciamiento a ideas de felicidad que unas películas me taladraron a la cabeza. Tampoco busco al clon de Anna Karina. Estaré loco pero no tonto. El simple hecho de que nunca tuve el gusto de conocerla en los sesentas ridiculiza la idea de localizar a su doble.
No, Anna Karina es una imagen (que a veces llega en technicolor), es una idea que persigo todos los días. Persigo una sonrisa, un fleco, un vestuario, y sobre todo (atención al sobre todo, no vayan a pensar que soy profundamente superficial) su forma de estar en el mundo: simpatizar hasta las lágrimas con un personaje de cine, enamorase como si enamorarse fuera cosa facil y siempre estar dispuesta a escapar (conmigo o sin mí).
Mis disculpas para cualquier cinéfilo que me reconozca por el amateur confundido que soy. Me aprovecho de la multiplicidad de las películas para hacer que funcionen como yo quiero. Mínimo debería esforzarme para sonar godardiano pero sólo tomo en serio mi deseo. Esa maquinita incansable que causa innecesarias alteraciones geológicas a mi entorno y me acarrea para escribir de esta manera, tan hipócrita, tan falsa, tan...francesa.
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pues ahí tienen. en la edición de la revista pusieron unas fotos pero siento que se alejaban un poco del texto, eran retratos de Godard y los afiches de películas que nunca he visto. Yo hubiera puesto una de estas fotos:
Sí, cualquiera de ésas hubiera quedado perfecto.